Un libro en la arena y la leche materna

Estoy en la Región de Los Lagos. Primera semana de febrero. Acerco el foco de la cámara y veo en la playa de Frutillar niños, jóvenes y adultos que leen sentados o acostados sobre la arena. Han llegado cerca de 600 vecinos y turistas con un libro, una revista o un periódico a leer en comunidad. Al abrir más el foco, observo que la lectura está acompañada de un entorno único: el lago Llanquihue se extiende ancho y sugerente; el volcán Osorno se muestra en plenitud, con su cumbre nevada. A un costado, el Teatro del Lago, donde se desarrollan las Semanas Musicales. Hago un close up y allí está Sonia Núñez, directora de la Biblioteca Pública de Frutillar, quien hizo este original llamado a leer masivamente para ilustrar la <<primera postal lectora en el lago Llanquihue y despertar el gusto por los libros>>.
La iniciativa hace honor al título de Ciudad Creativa Unesco que Frutillar ostenta desde 2017 al demostrar que el fomento de la creación es importante para el desarrollo local. Y lo hace en distintas áreas que cubren la música, literatura, artesanías, cine, gastronomía, diseño, artes digitales.
Me cuentan que hace poco se abrió la nueva sede de la Biblioteca, un verdadero lugar de encuentro, ubicada en el camino ascendente y descendente que une Frutillar Alto con Frutillar Bajo. Un camino p’al que viene y p’al que va como dice Zitarrosa en su milonga. La visito una mañana de viernes. El equipo encargado me pone al día de la labor que desde allí se realiza para <<contribuir al desarrollo integral de las personas de la comunidad y promover el libre acceso al conocimiento, información, recreación y cultura>>. Es un lugar muy bien dispuesto para facilitar el hábito de la lectura a los 3.000 socios con que cuenta o simplemente para quien quiera conocer algo más a través de un libro de historia, ciencia, literatura, artes, jardinería, cocina, deportes. En fin, hay 18.000 volúmenes disponibles para elegir. A ellos se suman los 25.000 libros y audiolibros que ofrece la biblioteca digital que complementa el estupendo espacio físico.
Mientras mis nietos Pedro y Salvador liberan su imaginación hojeando unas atractivas revistas ilustradas para niños, me acerco a uno de los estantes y selecciono

un voluminoso libro sobre <<El cuento tradicional chileno”, un estudio estético y antropológico preparado por Fidel Sepúlveda Llanos y editado en 2012 por Ediciones UC y la Dibam. En su presentación, el autor asegura que <<el cuento folklórico es como un mapa donde rastrear las recurrencias de la comunidad: rastrear los caminos y recodos por donde anda, desde donde habla; sentir el cuento como una prolongación, una proyección de las matrices míticas donde se gesta la estructura profunda de un pueblo…El cuento tradicional es un modelo de crecimiento para el niño que hay en cada hombre y para el hombre que hay en cada niño. Para el rescate y desarrollo de su identidad, esto es, la experiencia de crecer en humanidad desde el lugar, desde la región, desde la leche materna de la patria chica>>.

En la biblioteca me encuentro con Diego, experto barista que me prepara un delicioso capuchino en un rinconcito del primer piso donde uno puede además disfrutar de una exquisita repostería de la región. Amplío mi visita a la sala de eventos y al segundo piso, a los espacios equipados con computadores, cuartos de reuniones. Una infraestructura en la cual se ha puesto todo a disposición para hacer crecer en la comunidad un desafiante y creativo encuentro con el otro a través de la lectura, el diálogo, la reflexión.
La cámara enfoca nuevamente un libro en la arena. Veo a unos niños que se alimentan con esa leche materna de la cual habla Sepúlveda y que encontramos tantas veces en la lectura.
Febrero, 2020.