Patrimonio cotidiano y las pantrucas

Flor de identidad
Por Eugenio F. Rengifo Lira
El último fin de semana de mayo, dentro de la celebración del Día del Patrimonio Cultural, más de un millón de chilenos quisieron visitar en distintas ciudades del país algún lugar especial que haya marcado nuestra historia. Lugares que han sido testigos de hechos relevantes para nuestra vida republicana y que han cobijado nuestra identidad. El Museo Nacional de Historia Natural, allí en la hermosa Quinta Normal, fue el que despertó mayor interés con cerca de 75.000 personas -grupos familiares, jóvenes, amigos- que se pasearon por sus distintas salas para conocer algo más sobre nuestro pasado y presente a través de la antropología, botánica, paleontología, zoología, entomología. Otros espacios que despertaron mucho interés fueron el Museo de Bellas Artes, la Biblioteca Nacional, el Cerro Santa Lucía, sólo por nombrar algunos.

Este acontecimiento cultural que se prolongó solo por dos días despertó en mí una nostalgia particular por el barrio capitalino que me acogió en mi niñez, como un patrimonio único que marcó mi formación. Allí en calle Keller, cerquita de Manuel Montt, donde acostumbrábamos a jugar fútbol sin temor a que algún auto, moto, scooter o bicicleta interrumpiera nuestro juego. Cuántas cumbres de panderetas recorrimos para movernos de un sector a otro y mirar desde la altura lo que pasaba abajo con el terror de los adultos que nos observaban y luego informaban a nuestros padres de tal barrabasada. Cómo no recordar a los vecinos y las visitas a sus casas en cualquier momento, sin protocolo ni anuncio. Uno de ellos era el Guatón Poyoyo, quien preparaba en el living de su casa una sala improvisada de cine para proyectar sobre una sábana blanca imágenes mudas en movimiento; fue mi primer encuentro con Chaplin o con Laurel y Hardy en blanco y negro. Para reírnos y pasarlo bien teníamos que pagar $ 2.- por función.

Quise respirar el barrio. Y dirigí mis pasos al sector de Avenida Italia con Bilbao, donde sobresale el tremendo edificio de lo que fue el Teatro Italia, construido en 1934 por el arquitecto Héctor Davanzo a petición de la familia Girardi que era dueña de una conocida fábrica de sombreros muy cerca de allí. Aún está en pie ese maravilloso lugar donde la imaginación volaba igual que Tarzán de liana en liana y donde se batía a duelo Gary Cooper para defender al pueblo amenazado por los pistoleros, mientras Grace Kelly observaba muy tensa desde una ventana para saber cuál iba a ser el desenlace de esta pelea en que el “jovencito” siempre salía victorioso, mientras se escuchaba la voz de Frankie Laine cantando High Noon…Do not forsake me, oh my darlin’…

Seguí caminando por calles de gran significado para mi patrimonio de la memoria infantil…Marín, Ricardo Matte Pérez, Santa Isabel, Caupolicán…Condell, donde vivía mi tía Ludmila, a la que íbamos a visitar frecuentemente con todo el familión -papá, mamá, los seis hermanos que éramos en esos años… Luego, llegaron cuatro más-.
Vagando por este barrio patrimonial para mantener vivas mis vivencias de niñez, me encontré con una antigua casa, en Avenida Italia 1308, de amplio patio interior que alberga distintas tiendas, artesanía, café, cocina chilena y la Zona Vinilo arreglada en un corredor bajo unas enredaderas. Hurgueteando álbumes de larga duración y discos de 45 revoluciones por minuto -de esas revoluciones que giran, no otras- apareció “Como en la gran ciudad”, disco que reúne los mejores momentos de la comedia musical del mismo nombre presentada por la inolvidable Silvia Piñeiro con guión de Hernán Letelier y las canciones de Francisco Flores del Campo. Qué reparto extraordinario: junto a Silvia, aparece registrada en los surcos la participación de Carmen Barros, Nelly Meruane, Elena Moreno, Violeta Vidaurre, Lucy Salgado, Juan Carlos Bistoto, Emilio Gaete, Enrique Heine y otros famosos de fines de los años ´60 acompañados por la orquesta de Hugo Ramírez. Me sorprendió este encuentro con Francisco Flores del Campo que, desde el barrio, me llevó a la Gran Ciudad en un momento en que se prepara una nueva versión de “La Pérgola de las Flores” a raíz de los 60 años de su estreno que se cumplen en abril de 2020. Una obra cumbre de Isidora Aguirre musicalizada por el propio Pancho Flores y que contará en su nueva producción general con el aporte y experiencia de actores que participaron en el estreno del Teatro de Ensayo de la Universidad Católica ese 9 de abril de 1960: entre ellos, Héctor Noguera, Ramón Núñez y Carmen Barros -la primera actriz en interpretar a la famosa Carmela de San Rosendo-. Una creación que rescata nuestro patrimonio cotidiano en esa plazuela donde las floristas ofrecían los aromas y colores de las más hermosas flores de nuestros campos, allí frente a la Iglesia San Francisco, la más antigua de Chile y otro testimonio de nuestra identidad que nos acompaña desde la colonia.
Allí en el barrio Italia finalicé mi paseo tras la búsqueda de alguna cocinería donde pudiera deleitarme con algún plato típico chileno, como esas sabrosas pantrucas que preparaba mi mamá en la casa de calle Keller con un caldo enjundioso de pavo -se usaba el esqueleto- al que le agregaba unas tiritas de masa que iban cayendo a la olla de a poco. Antes de servirnos el plato humeante, le agregaba un huevito de yema naranja y lo revolvía bien con el caldo. Desgraciadamente, me quedé con las ganas. No encontré la cocinería adecuada para revivir en mi estómago esa parte del patrimonio gastronómico chileno.
Junio 2019